Instrucciones para hace una tortilla de patatas
* * *
Había planeado el crimen perfecto.
Pasarían las vacaciones en un pueblo pequeño de las Alpujarras, incomunicado
por carreteras infranqueables de la vida urbana. Tendrían una pequeña tienda de
colmados, un bar en el que diez o doce señores mordisquearían de forma autómata
un palillo de dientes y un médico de sustitución itinerante, probablemente recién
licenciado, que pasaría consulta dos días en semana, quizá los martes y los
jueves. «Vivirían una segunda luna de miel y volverían a enamorarse el uno
del otro». Y, entre grito e insulto, ella le iría
envenenando poco a poco.
“Para hacer una tortilla, es necesario
romper algunos huevos”, le había dicho siempre su abuela, una
mujer gigante y maravillosa.
“Lo
primero que debemos hacer es pelar unas cuantas patatas”. A ella también le habían arrancado poco
a poco su aliento, le habían ido desgajando la piel hasta dejarla con el desasosiego
en carne viva. Una burla, un reproche, un desprecio, un grito, un insulto, un
bofetón… Y con cada golpe una monda más sajada a su calma.
A la semana de estar en el pequeño pueblo,
él ya empezó a sentirse mal, aunque no le dio la menor importancia. El agua, la
morcilla, las especias del sur... «Total, no hay nada que un buen vaso de vino no cure».
El Dr. Guillén, de veintinueve años,
sustituía al Dr. Mendoza, que pasaba su mes de vacaciones en el norte, huyendo
del calor sofocante andaluz y probando la mejor cocina del país. «Ay, qué
calamidad, estábamos viviendo una segunda luna de miel y había tomado una pastilla,
ya sabe, de esas, para quererme más y mejor durante toda la noche. Habrá sido
su edad, los kilos de más, ay doctor, qué calamidad, qué voy a hacer ahora yo
sin él».
“Para hacer una tortilla, es necesario
romper algunos huevos y despedazar algunos tubérculos”. Cuando se tienen las patatas peladas, se cortan a rodajas de unos
dos o tres milímetros y se fríen a fuego lento en aceite abundante, junto a una
cebolla hermosa cortada a juliana. “Con mimo
y con paciencia, porque las cosas importantes no entienden de prisas”.
Había perpetrado el crimen perfecto. El
marido murió y nadie le hizo una autopsia. Sesenta y dos años, fumador, obesidad,
bebedor habitual y actividad física inusualmente aumentada con ingesta de
medicamentos estimulantes. Infarto de miocardio. Claro y cristalino. El Dr. Guillén
no tuvo duda alguna en el diagnóstico. Al fin y al cabo, se había formado en
una de las mejores facultades de medicina del país.
“Para hacer una tortilla, es necesario deshacerse
del aceite sobrante”. Cuando las patatas están tiernas y la
cebolla parece una jalea dorada, se retiran de la sartén, se salan y se dejan
escurrir, para que suden todo el aceite que las ahoga.
Solo había cometido un error en su crimen
perfecto. La tarde en que el señor de Madrid murió, mientras esperaban a los
servicios funerarios que trasladarían el cadáver al cementerio de la Almudena,
la viuda bajó al bar y se pidió una copa de vino. El mesero hubiera jurado que
la señora sonrió y brindó con su reflejo en el espejo colocado detrás de la
barra. Por suerte, unos días después este camarero empezaba una nueva vida en
Colombia con una mujer de fuego que había conocido por internet y solo pensaba
en sus caderas, en el avión que debía coger y en el lastre que no cabría en sus
maletas, por lo que nunca mencionó a nadie aquella sonrisa siniestra ni el
extraño brindis de la forastera que acababa de enviudar.
“Para hacer una tortilla, es necesario romper
algunos huevos y batirlos sin remordimientos”.
Por último, se llevan las claras a punto de
nieve y después se incorporan las yemas. Se mezcla con las patatas y la
cebolla, se cuaja una tortilla y se disfruta del manjar que sabrá, con total
seguridad, a triunfo y a libertad. No puede faltar, en la cata, una buena copa
de vino para brindar por las grandes obras ejecutadas “con mimo y con paciencia”.
Escuchando a John Coltrane, A Love Supreme
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