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Mostrando entradas de junio, 2007

The Three Little Bops

Probablemente a todos os contaron el cuento de los tres cerditos. A mí me lo narró mi abuelo. Quizá ya me lo habían contado antes, cuando aún no tenía la retentiva suficiente para conservarlo. En cambio, recuerdo al hombre enjuto que era mi abuelo. Me cogía de la mano, como con miedo a perderme en un descuido cruel, mientras caminábamos hacia el minúsculo terreno donde olvidaba su jubilación plantando tomates. Aquel día estaba haciendo una caseta en la que resguardarse de la lluvia. Eso decía él. Yo creo que la hacía para resguardarse del sol en las tardes de siestas campestres. Mientras colocaba sus ladrillos, con su improvisado cemento, me contaba aquel cuento de los tres cerditos. Es posible que todos tengáis vuestra historia particular. Es probable también que a cada uno os lo contasen de una manera distinta, única. Pero, seguramente, nunca os lo narraron en clave de jazz. De modo que si queréis disfrutar un buen corto de animación de 1957, de la Warner (de quién si no), con Shorty

My Way

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Posiblemente sea el tema más emblemático de aquel músico con un olor mágico a mafia y alcohol. La Voz cantaba aquello de a su manera y, de pronto, entendías todo, te alienabas (y alineabas) con su credo y, simplemente, asentías con el convencimiento más enérgico. My Way no es sólo La Canción de Frank Sinatra . Tal vez sea una de esas composiciones capaces de metérsete dentro, hurgar en tu interior y echar raíces. Porque todos hemos errado muchas veces, pero casi siempre a nuestra manera . Sammy Davis Jr. , que formó aquella gamberrada de Rat Pack con Sinatra, Dean Martin, Joey Bishop y Peter Lawford, también cantó aquella oración alguna vez. De una manera suya y distinta. A Sammy Davis Jr. le consideraron una persona "peligrosa" en los años sesenta. Que así, de pronto, suena a coña. En plena lucha por los derechos civiles, el gobierno estadounidense pensó que aquel músico simpaticón y excéntrico podría traer problemas. No pertencía a los Panteras Negras ni había protagoniz

Postdata a la entrada anterior

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Hacía mucho tiempo que no me salía del cine sin que la película hubiera terminado. Hacía tanto tiempo que, en realidad, no recuerdo cuándo fue la última vez ni si hubo vez siquiera. Me he tragado auténticos bodrios en salas repletas de venado cuyos graznidos alimentaban mi intolerancia hacia el género humano. Y, sin embargo, he aguantado a los títulos de crédito para insultar al director/actores/productor/guionista/público asistente/mundo en general... Sin embargo, hoy en Tideland , no he podido aguantar. La película llevaba cincuenta minutos que se me habían antojado cincuenta días (sin pan, sin agua, sin tabaco y sin sexo). Aarón y yo nos hemos mirado y él ha dicho: "Nos podíamos ir a la Fnac". "O a que me golpeen el estómago con una barra de hierro ardiente", he pensado yo. Porque cualquier cosa era mejor que seguir soportando tanto coñazo gratuito. Así que, si llevados por el Post anterior, pensáis que es buena idea comprar una entrada para la última peli del Mo

Recuerdos de "El Rey Pescador"

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Cuando hizo El Rey Pescador ( The Fisher King ), Terry Gilliam entró, quizá sin saberlo, en ese espacio secreto donde guardo todo aquello que me rasga las entrañas. Yo estaba en la antigua casa, en el antiguo salón, ante la antigua televisión. Aún andábamos con el Beta (creo) y mi padre había traído aquella película del videoclub. Cuando se es de un pequeño pueblo (para mí, Úbeda siempre será un pueblo, por más que traten de reivindicar su ciudadanía desde un patriotismo estúpido), el videoclub se convierte en el mundo imaginario donde todo es posible, todo. En Úbeda no había cine. Lo había habido, claro. El Teatro Ideal Cinema flanqueba la entrada al casco antiguo con carteles de las películas de los Hombres G o alguna entrega de Los Inmortales . De vez en cuando, incluso, hasta te ponían alguna joya antigua de Hitchcock o Wilder. Lo que pasaba es que, entonces, la gente cambiaba el cine por la discoteca. No estaba el horno para blancos y negros. Esos días insólitos, mi padre

Los True

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Los conoces. Seguramente, más de una vez has deseado retorcerle el gaznate a uno de ellos. Toda disciplina artística que se precie de serlo, tiene sus propios “true” (o “puristas”). Es fácil reconocerlos. Están los puristas del flamenco, los del cine (y más aún, los del cine grecochipriota), hay puristas del heavy, del arte abstracto, del cómic, de la literatura… Y también hay puristas del jazz. Presumen, a priori, de que les gusta un arte, pero sólo saben echar pestes sobre todo lo que se hace, se crea, se edita… Tienen una expresión juiciosa en la mirada, un talante prepotente con el que te perdonan la vida. Al fin y al cabo, para ellos sólo eres un pobre infeliz que no ha desentrañado la esencia de ese arte. Hacen cosas tan absurdas como poner en una lista negra ciertas discográficas, ciertas distribuidoras, ciertas editoriales, así, en abstracto. En el jazz, los True odian la Verve . De este modo, da igual que Bird y Dizzy sacaran una obra maestra en esta casa. Por llevar la palabr

Ver la música

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No basta con oír la música; además hay que verla. (Igor Stravinski) “Oyes peleas, hueles la cena, escuchas a gente haciendo el amor. Escuchas la radio... Escuchas a gente rezando, peleando, roncando... Traté de poner todo eso en Harlem Air Shaft ”. Duke Ellington hablaba de cómo había compuesto uno de sus temas más celebrados. Al otro lado del mundo y en otra fecha de calendario en la que Ellington explicaba sus musas compositoras, estamos tú y yo. Es uno de esos días, ya sabes, de esos en los que tienes el alma indecisa. Nada te reconforta ni nadie te apetece. Acudes al mueble donde guardas los cds y los vinilos, pero más de forma autómata que libre. Te fijas en aquella colección que te regalaste. Eran cuarenta cds por 15 €. Las grabaciones completas de Duke Ellinton 1924-1947. Sonríes porque recuerdas que pensaste que en la tienda estaban locos. Y la sonrisa te lleva, sin saber muy bien cómo ni por qué, a aquello que dijo el Duque y que tú leíste ya no te importa dónde. Buscas entr