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Cuando esté frente a él

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Cuando esté frente a él (por fin otra vez), sentiré un cierto mareo cálido. Trataré de esconder mi inquietud bajo una copa de vino. Jugaré torpe y nerviosa con mis manos, porque desde que dejé de fumar ya nunca sé qué hacer con ellas. Siempre me falta algo entre los dedos y creo haber perdido para siempre la coordinación y dominio sobre ellas. Él bailará para ella y con ella, acariciando su embocadura, casi besándola en un letargo idílico. Miraré entonces hacia otro lado, incómoda como quien observa de manera casi accidental un acto sexual ajeno.  Pero volveré a él, porque me llamará desde el escenario, aunque nadie perciba esa llamada.  Tampoco nadie escuchará mi caída de ojos que, en ese momento, ya no será para él, sino para ella, tan brillante, tan sutil, tan delicada y, en (falsa) apariencia, insignificante.  Me arderá el vientre, ya sí, cuando suene aquella canción.  Me morderé el labio (¡Cómo evitarlo!) cuando él alcance esa nota.   Mirará de reojo hacia mi copa de