Querida M.
Querida M.,
Has de saber que todos los informativos del mundo han
abierto hoy con un llanto nostálgico en tu nombre. También, que no hay un solo
periódico que no te haya dedicado hoy una página triste; que no hay un solo
periodista que no se haya descubierto echándote de menos; que todo el mundo ha vuelto
a encontrarse con esa mirada tuya que más que mirada era un puñal certero.
Has de saber que otra vez han errado, querida M., buscando
en la dirección equivocada. En efecto, otra vez con el dichoso El misterio de Marilyn. ¿Alguna vez te
has entretenido en contar cuántas páginas erradas se han llenado de tinta
buscando la solución a un enigma absurdo? Ay, ¿cuándo aprenderán los medios que
El misterio de Marilyn no es el que
ellos persiguen resolver? No ha sido hoy, ni probablemente mañana. Realmente
ni vende ni interesa contar que no importa si te asesinó la mafia, la CIA, los Kennedy
o un amor despechado y no correspondido. Probablemente porque sí que te mató la
mafia, y la CIA, y los Kennedy, y un amor despechado… Y lo más seguro es que aquella
noche te masturbaras llena de frustración, dolor y soledad sin alcanzar el
consuelo. También que lloraras, otra vez. Que bebieras, para ver si esa pena se iba. Y que te perdieras al fin en un sueño de calmantes químicos que te quitaran el dolor para siempre. Y a
pesar de todo fueron ellos ‒la mafia, la CIA, los Kennedy, el amor despechado‒ quienes
te asesinaron a sangre fría.
Has de saber, querida M., que las rotativas siguen errando. Sigues
siendo aquella rubia frágil que, cuando se volvió loca de desamor e internada tras el
abandono de Miller, fue rescatada y cuidada por DiMaggio, quien nunca dejó de
quererte. Sigues siendo el mito sexual y la criatura hermosa que se enamoró de
un político poderoso primero y de su hermano, también político, también
poderoso, después. Sigues siendo una carretera llena de curvas que nos
recuerda, a las demás, que no tenemos tus caderas, ni tu cintura, ni tu mirada
que más que mirada era un puñal certero. Ay, querida M., sigues siendo una criatura
bella y tonta a la que persigue el misterio de su asesino/suicidio.
Quizá tengan que pasar otros cincuenta años para que alguien
se dé cuenta de que la resolución de El
misterio de Marilyn Monroe no es quién puso esas malditas pastillas en tu estómago,
sino quién fue la rubia frágil, mito sexual, carretera llena de curvas que
reivindicó, sin saberlo, la independencia de la mujer mucho mejor que la
mayoría de las feministas de la época. Esa criatura hermosa que se sabía bella
y se sabía una artista, que se enamoró de hombres con demasiados enigmas, cercana
al movimiento beat, y de la que ahora
se cuenta que fue terriblemente cercana a la izquierda y al socialismo. Tan cercana que, según cuentan algunas buenas lenguas, simpatizabas ‒y mucho‒ con el Fidel Castro de aquellos días.
Ay, quizá tengan que pasar otros cincuenta años para
encontrar un texto en el que no seas esa rubia frágil, mito sexual, carretera
llena de curvas y criatura hermosa. Y, mientras tanto, no habrá un solo
periódico que no te dedique una página triste ni habrá un solo periodista que no
se descubra echándote de menos. Yo, por mi parte, seguiré quedándome atrapada
en esa mirada que más que mirada era un puñal certero.
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