¿Ajo y agua?
Cuando vives lejos de la gente a la que quieres, no te queda más remedio que confiar en los medios de transporte que te permiten, de tanto en cuando, volver a escuchar sus risas y sentir sus olores. Mi amiga Esther, por ejemplo, me huele a leche caliente y a canela. Pero cuando se echa perfume, a veces, huele a vainilla. Y mi amigo Roberto tiene la risa más bonita de todo Madrid. Cuando nos juntamos para ver un concierto y me cuenta alguna anécdota de su hijo o su sueño de ser camarero en el Bogui o jardinero, no puede evitar reírse. A mí se me pone el mundo patas arriba y le miro con toda la dulzura que cabe dentro de mis 157 centímetros de altura. El olor de Esther, la risa de Roberto, la mirada de mi sobrino Aitor y las veladas con sus padres, las bromas de Zaida, las canciones de Rubén, las conversaciones con Mónica... Son esas pequeñas cosas que hacen que la vida, realmente, valga la pena. Así que, de vez en cuando, cojo un avión y vuelvo a oler el maravilloso perfume a leche cal...