Ray Charles At Newport
Porque es de esos discos que no son sólo discos. A veces, esa cosa redonda de plástico adopta la forma de guiño cómplice, de compañero de baile y de cerveza fresquita en medio del desierto.
Porque tiene la habilidad de trasladarte al 5 de julio de 1958. Y no es una frase hecha. De verdad puedes ver a un señor calvito y entrado en carnes secando su frente con un pañuelo que lleva unas iniciales bordadas. Hay un periodista que espera al final de la actuación para conseguir tres declaraciones con las que rellenar su artículo. Hay un grupo de jóvenes que acaban de volver a nacer. Y también hay un niño que acaba de decidir que, cuando sea mayor, quiere ser ciego y quiere tocar el piano.
Porque, llegada una edad, una no tiene más remedio que hacerse regalos a sí misma para no acabar pareciéndose a su madre. Así que, en lugar de limpiar el horno, te pones este disco en el equipo del salón y la casa se te llena de sexo y acordes (o viceversa).
Porque cuando oyes los aplausos de 1958 piensas en los aplausos / no aplausos de 2008. Insultas a la humanidad que cada día tiene menos sangre y más horchata entre la venas y, después, te sientes un poco mejor.
Porque resuenan los coros de Las Raelettes y se oye cierto orgullo de hembra herida que, sin remedio, te hace apretar los labios y bailotear imaginándote ser otra ex amante abandonada por el cabrón que se está follando a todas las teclas del piano. ¿De verdad puedes odiarle? Será a eso, después de todo, a lo que suenan los coros, a la impotencia de querer darle una patada en los cojones y, sin embargo, desear que su música no baje nunca de volumen.
Porque yo también quise estar en Newport en 1958 y ver a Miles Davis, a Ray Charles, a Duke Ellington...
Porque este disco, esta tarde de domingo, es lo más cerca que puedo estar de aquellos días, de aquellos dioses y de aquellos desamores impotentes.
Porque tiene la habilidad de trasladarte al 5 de julio de 1958. Y no es una frase hecha. De verdad puedes ver a un señor calvito y entrado en carnes secando su frente con un pañuelo que lleva unas iniciales bordadas. Hay un periodista que espera al final de la actuación para conseguir tres declaraciones con las que rellenar su artículo. Hay un grupo de jóvenes que acaban de volver a nacer. Y también hay un niño que acaba de decidir que, cuando sea mayor, quiere ser ciego y quiere tocar el piano.
Porque, llegada una edad, una no tiene más remedio que hacerse regalos a sí misma para no acabar pareciéndose a su madre. Así que, en lugar de limpiar el horno, te pones este disco en el equipo del salón y la casa se te llena de sexo y acordes (o viceversa).
Porque cuando oyes los aplausos de 1958 piensas en los aplausos / no aplausos de 2008. Insultas a la humanidad que cada día tiene menos sangre y más horchata entre la venas y, después, te sientes un poco mejor.
Porque resuenan los coros de Las Raelettes y se oye cierto orgullo de hembra herida que, sin remedio, te hace apretar los labios y bailotear imaginándote ser otra ex amante abandonada por el cabrón que se está follando a todas las teclas del piano. ¿De verdad puedes odiarle? Será a eso, después de todo, a lo que suenan los coros, a la impotencia de querer darle una patada en los cojones y, sin embargo, desear que su música no baje nunca de volumen.
Porque yo también quise estar en Newport en 1958 y ver a Miles Davis, a Ray Charles, a Duke Ellington...
Porque este disco, esta tarde de domingo, es lo más cerca que puedo estar de aquellos días, de aquellos dioses y de aquellos desamores impotentes.
Comentarios
Besos desde el año 1958.
PD: Calle Melancolía, nº 7
Y voy a buscar ese disco inmediatamente.
Nalyd: me encanta que se te dibuje una sonrisa en las caderas o una media luna en la espalda. Besos, guapo
Feix: me ruborizas. Me encanta que un hombre sea capaz de ruborizarme. Gracias