Música sin compañía
Te eché de menos anoche. A mi lado no había ningún sitio vacío y, sin embargo, el hueco que dejabas junto a mí era demasiado grande.
Te eché de menos cuando la cortinilla en blanco y negro que George Clooney ideó para la voz de Diane Reeves, salió con los colores de la madera, de los focos, del atrezzo, con la tridimensionalidad del altar-escenario, con el aroma que dejan las grandes voces tintineando sobre el patio de butacas.
Me hiciste falta cuando, apenas una hora antes, Doris Cales entonaba una nana en clave de jazz. Tendrías que haberla visto. Tiene swing, ¿sabes? Flotaba por el escenario con sus zapatos de diva de los cincuenta. Acariciaba el micrófono y le retaba con un riff grandioso. También te eché de menos entonces.
Me faltaste cuando Dianne Reeves llenó el silencio con esa brujería de las grandes cantantes negras. Tú ya sabes a qué me refiero. Cuando se está ante una de estas deidades, no se sabe a ciencia cierta si se está en un concierto, en un ritual de vudú o en el día del Juicio Final. Pero, en cualquier caso, se entra en un extasis como el que debía poseer a los místicos.
Te eché de menos también hoy, cuando Madeleine Peyroux pasaba del jazz más clásico al blues más canalla y se detenía en cierto folk exquisito. Porque quería, quizá necesitaba, ver que también tú estabas en esa levitación extraña. Pero también que me pellizcaras y me trajeras de nuevo a esta realidad en la que no se puede flotar por encima de un patio de butacas. Aunque sólo fuera para no tropezarme con los coches que volaban por la Castellana.
Comentarios
Con besos y más besos
Por cierto, este descubrimiento también te lo debo a tí. Gracias.
Envidia me ha dado tu experiencia con Jamie Cullum, la quiero.
¡Un saludo, Olvido!.
Inperson igual ha tenido algo que ver.
Y, Justo, si lees esto, mi hueco era para tí.
Un beso.
Acabo de llegar del teatro (de ver Afterplay) y debería irme a dormir, pero estaré un ratillo más (mirando también los enlaces a otros blogs).
Un saludo,
Adolfo