La Big Band de Jerry González




Anoche me hicieron dos regalos. El primero, el dvd por el que nos batimos, en un duelo dialéctico, José Miguel y yo. El segundo, una invitación para la presentación del último disco de Jerry González, “Music for Big Band”.

Recibí el correo electrónico el viernes. Erradizo me decía que tenía una entrada de sobra para el evento y que, si me apetecía, era mía. No me gusta quedar con gente a la que he conocido a través de una pantalla de ordenador. No me siento cómoda. Quizá porque todos, por mucho que digamos lo contrario, nos escondemos tras un nick y nos inventamos, en él, al alter ego que siempre quisimos ser. Quizá es que haya demasiados trolls habitando en las tres w. El caso es que, esta vez, en lugar de poner una excusa tonta, me eché al ruedo y dije: “sí, quiero ir contigo”.

Así que, anoche, sobre las 20.30 horas, empecé el ritual de preparación. Y es que, al jazz, una no va de cualquier modo. Todos los rituales tienen sus preparativos. En los funerales, una se pone el traje negro y coge un pañuelo de tela para limpiar las lágrimas que tiene que soltar en señal de plañidera complicidad. El día de la boda, la novia se pone un vestido blanco, un liguero azul y algo de oro prestado. Para un concierto heavy, el fan deja sus rizos al viento y desempolva la camiseta de Iron Maiden que guarda en el último cajón de su armario. Y en un concierto de jazz, una se viste de negro, se pone un escote de fémina jazzera, se sube al tacón justo y se maquilla el rostro aniñado para parecer una mujer.

Habíamos quedado en un bar cercano, para ir ahogando en cerveza las posibles timideces de dos blogueros que deciden dejar de ser el nick que les respalda para convertirse en Olvido y Roberto. No hubiera hecho falta ni la cerveza ni la taberna. Como si ya le conociera de antes, como si nunca hubiésemos sido Erradizo ni Lacasiopeaa, hablamos y escuchamos con la comodidad del reencuentro de dos viejos compañeros de batalla. Por un momento, ambos echamos de menos la presencia de un tercer mosquetero de Zaragoza. Pero eso, él ya lo sabe.

Debían ser las diez y media de la noche cuando, Roberto y yo, nos adentramos en la catacumba calurosa que es la Sala Caracol (no estaría mal que instalaran un aire acondicionado, ni siquiera mi abanico andaluz hizo soportable el fuego que había cerca del escenario).

“No sé dónde los van a meter a todos” – me decía Roberto un poco antes de que se descorrieran las cortinas. No era un comentario gratuito. Al final del concierto, contamos unos 19 músicos, aunque puede que nos engañara el propio radar óptico.

Es muy difícil que una Big Band suene bien. O, al menos, es muy difícil que suenen bien en un habitáculo pequeño, más preparado para un mini tablao flamenco que para alojar a ciento y la madre entonando latin jazz. Pero, claro, era Jerry González, que no es precisamente “nuevo” en estos lares.

“Es mi trompetista favorito” – me había dicho mi compañero de parranda. Yo, que le había escuchado en Calle 54, que le había oído en algún disco escuchado fugazmente, sabía que era un buen músico. Pero lo mío no es el jazz latino. Como dijera Sick Boy en las páginas de Trainspotting, “yo soy un purista del jazz”. Y sí, me gusta mucho más ese eco que recuerda al Cotton Club o al Bop, incluso al Cool. Y, sin embargo, cuando se descorrieron aquellas cortinas y vi esa masificación de percusión, viento, cuerda… me quedé ahí, alunada, congelada en el efecto teatral de la Jerry González Big Band.

Es muy difícil quedarse con un instrumento. Pero, en esta ocasión, elijo la percusión. Tres percusionistas (incluido el propio Jerry) que, en el último tema oficial (después vendrían los bises) me dejaron con la boca abierta, comiendo techo o escenario (según se mire).

De fondo, Roberto gritaba “Ese Jerryyyyyyy”. Y a mí se me dibujaba una sonrisa estúpida en la cara. Y es que hay pocas cosas que me gusten más que ver a alguien disfrutar de un concierto con la boca abierta y la ovación asomando a la comisura de los labios.


Escuchando Béla Fleck & The Flecktones, "Live At The Quick"

Comentarios

Erradizo ha dicho que…
Jeje, fue una noche estupenda, y eso que dentro del jazz latino las big bands sea lo que menos me atrae, pero Jerry Gonzalez me obnubila y reconozco que cualquier cosita que hace me encanta.

Sin duda esos dos o tres (o cuatro) minutos de percusión fueron de lo mejorcito de la noche, vale, quizás no se convierta en el mejor concierto del año, pero me gustó mucho y disfruté de la compañia.

A ver si conseguimos que el tercer mosquetero se nos una alguna vez, sería genial...

Por cierto, tienes que hacer circular esas fotos que yo se que tú tienes :)

Besos guapa.
Anónimo ha dicho que…
Ya decía yo que esa noche me habían pitado un poco los oídos.

Me alegro de que os hallais encontrado en la maldita realidad.

Sí, falto, yo, si es que siempre tengo que estar dando la nota.

Besos en forma de jazz afro-cubano (que inventara el trompetista Mario Bauzá en colaboración con Dizzy Gillespie allá por los primeros 40)
Anónimo ha dicho que…
Se te añora por estos tus lares, Olvido.

Poco que comentar, absorbido por el trabajo. Un poco triste.

Ya comentareis esos Conciertos que teneis por ahí.

Muy probablemente me acerque el 7 de Julio a los Jardines de Sabatini, a escuchar a La Charles Mingus Dinasty (tampoco tengo muchas referencias, pero seguro que resulta agradable, por aquello de, como dicen los cursis, "el marco incomparable"); uno planea de lejos y a veces no concreta de cerca, ya veremos.

Saludos desde Cádiz,

Jose M.

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