The New Orleans All Stars Jazz Band y la magia de un buen concierto
Cuando entré en el anfiteatro del San Juan Evangelista, el recuerdo me viajó a la decepción que, un par de semanas antes, me había invadido con el huracán Truffaz.
Me senté con miedo. Temiendo que, quizá, se me hubiera perdido aquella magia de tiempo atrás. No sé cómo explicarlo. Antes, cuando iba a un concierto de jazz, me sentía el centro de un universo que, por unos instantes (una hora y media, aproximadamente) funcionaba en perfecta armonía. Erik Truffaz fue el descubrimiento de que, en algunas ocasiones, “jazz” no iba necesariamente unido al concepto de “felicidad”.
David estaba a mi lado. No sé por qué, pero nunca he sido capaz de ir sola a un concierto. Mi amigo Aarón me dice que el día que consiga ir sin nadie, empezaré a disfrutar de un universo nuevo. Pero a mí me gusta tener un hombro amigo cerca. Para apretarlo con fuerza si me emociono, para tener a quien susurrarle “qué tremendo es el trompeta” o “qué sólo tan genial ha hecho el contrabajo”. No quiero acostumbrarme a ir sola. Aprendí a compartir los placeres y los vicios. Supe que un cigarro sabía mejor cuando un amigo fumaba junto a ti. Comprendí que el Brugal está más rico cuando chocas la copa en un brindis improvisado. Me acostumbré a comentar la película al salir del cine… Ya no puedo vivir sin esa compañía.
La noche del viernes fue una de esas noches en las que, de repente, todo vuelve a funcionar en una armonía mágica y perfecta. The New Orleans All Star Jazz Band volvieron a recordarme por qué un día se me fue la cabeza con el jazz. Un entrañable Mark Braud a la trompeta. Lucien Barbarin, extraordinario, al trombón. Tom Fisher, insuperable, en clarinete y saxo. Loren Pickford al piano, Kerry Lewis en un impresionante contrabajo. Rob Espino en tuba. Un maravilloso Gerald French en la batería y, por último, Charmaine Neville, puro nervio, pura sexualidad, pura genialidad, como cantante invitada.
El concierto se hacía en beneficio de los músicos damnificados por Katrina. Pero la banda, que lleva New Orleans mucho más allá de su nombre y de su sangre, demostró qué jazz se hace en ese lado del mundo. El concierto fue un derroche de alegría y risas. Fue una sonrisa ingenua dibujada en cada rostro. Fue un auditorio entero poniéndose de pie para bailar al son de las caderas de la carismática Charmaine Neville.
Yo no sé si éste ha sido el mejor concierto al que he ido en mi vida. Probablemente no, aunque me engañe la emoción que me embarga. Pero sí que es de esos que se te quedan grabados en forma de sonrisa. De modo que, cuando una echa la vista atrás y recuerda aquella noche, vuelve a sonreír con la misma ingenuidad que despertaron en mí aquellos músicos de New Orleans un viernes 11 de noviembre.
Cuando salí del concierto y me monté en el coche para llevar a David a casa, pensé que volvía a gustarme Madrid, aunque estuviera llena de obras incómodas. Pensé que había recuperado aquella magia que Erik Truffaz me había robado dos semanas atrás. Pensé que estaría bien volver a ver a esta banda cuando actúen en alguna otra ciudad. Miré el cuentakilómetros del coche y dije en voz alta “valdrá la pena”.
Me senté con miedo. Temiendo que, quizá, se me hubiera perdido aquella magia de tiempo atrás. No sé cómo explicarlo. Antes, cuando iba a un concierto de jazz, me sentía el centro de un universo que, por unos instantes (una hora y media, aproximadamente) funcionaba en perfecta armonía. Erik Truffaz fue el descubrimiento de que, en algunas ocasiones, “jazz” no iba necesariamente unido al concepto de “felicidad”.
David estaba a mi lado. No sé por qué, pero nunca he sido capaz de ir sola a un concierto. Mi amigo Aarón me dice que el día que consiga ir sin nadie, empezaré a disfrutar de un universo nuevo. Pero a mí me gusta tener un hombro amigo cerca. Para apretarlo con fuerza si me emociono, para tener a quien susurrarle “qué tremendo es el trompeta” o “qué sólo tan genial ha hecho el contrabajo”. No quiero acostumbrarme a ir sola. Aprendí a compartir los placeres y los vicios. Supe que un cigarro sabía mejor cuando un amigo fumaba junto a ti. Comprendí que el Brugal está más rico cuando chocas la copa en un brindis improvisado. Me acostumbré a comentar la película al salir del cine… Ya no puedo vivir sin esa compañía.
La noche del viernes fue una de esas noches en las que, de repente, todo vuelve a funcionar en una armonía mágica y perfecta. The New Orleans All Star Jazz Band volvieron a recordarme por qué un día se me fue la cabeza con el jazz. Un entrañable Mark Braud a la trompeta. Lucien Barbarin, extraordinario, al trombón. Tom Fisher, insuperable, en clarinete y saxo. Loren Pickford al piano, Kerry Lewis en un impresionante contrabajo. Rob Espino en tuba. Un maravilloso Gerald French en la batería y, por último, Charmaine Neville, puro nervio, pura sexualidad, pura genialidad, como cantante invitada.
El concierto se hacía en beneficio de los músicos damnificados por Katrina. Pero la banda, que lleva New Orleans mucho más allá de su nombre y de su sangre, demostró qué jazz se hace en ese lado del mundo. El concierto fue un derroche de alegría y risas. Fue una sonrisa ingenua dibujada en cada rostro. Fue un auditorio entero poniéndose de pie para bailar al son de las caderas de la carismática Charmaine Neville.
Yo no sé si éste ha sido el mejor concierto al que he ido en mi vida. Probablemente no, aunque me engañe la emoción que me embarga. Pero sí que es de esos que se te quedan grabados en forma de sonrisa. De modo que, cuando una echa la vista atrás y recuerda aquella noche, vuelve a sonreír con la misma ingenuidad que despertaron en mí aquellos músicos de New Orleans un viernes 11 de noviembre.
Cuando salí del concierto y me monté en el coche para llevar a David a casa, pensé que volvía a gustarme Madrid, aunque estuviera llena de obras incómodas. Pensé que había recuperado aquella magia que Erik Truffaz me había robado dos semanas atrás. Pensé que estaría bien volver a ver a esta banda cuando actúen en alguna otra ciudad. Miré el cuentakilómetros del coche y dije en voz alta “valdrá la pena”.
Comentarios
besinhos y nos vemos por messenger.
Una de las cosas que puedes aprender leyendo a lacasipoeaa es que puedes decir que cierta clase de jazz no te gusta, sin que sea necesario llamarlo "malo".
Evidentemente hay gustos para todo, pero eso que a ti durmió en la sala clamores a mi me hace levitar. Jerry Gozalez (que recordemos ha tocado con Mongo Santamaria, Tito Puente, Eddie Palimieri, el gran Dizzie Gillespie, George Benson, Anthony Braxton...) para mi sigue siendo una de las mejores trompetas de Jazz Latino, puede gustarte el estilo o no, pero decir que es jazz "malo" me parece una insensated.
Te resumo lo que ha sido el festival para mi. En el primer concierto he de decir que me acordé de ti bastante, fuí a ver a Charlie Haden, era un concierto doble y empezaba un tal Denis Rollins del que no habia oido hablar nunca.
Que decir, en el escenario aparecieron de repente dos ordenadores, una mesa de mezclas, cables y palancas de todo tipo por el suelo, una chica con una videocámara, un chico manejando uno de los ordenadores y un señor con trombón (el tal Denis). Dijo que nos iba a presentar la historia de la música americana (!) y se puso a ello. Una hora y pico sin ninguna pausa mezclando ritmos de toda clase (el tam tam de la tribu, swing, Foxtrot...) y por encima su trombón. Sobre una pantalla de fondo proyectaba imágenes de negros en los campos de algodon, en la gran depresión, manifestándose contra blancos, bailando... para este señor la música americana era exclusivamente negra. De repente corta la música y pone 5 minutos seguidos de un discurso de Luther King, aquel de "i have a dream...", en fin, lo mas raro y aburrido que vi nunca, la gente se levantaba de sus asientos y se iba. He de decir que la técnica con el trombon era estupenda, pero muy muy aburrido.
Luego el gran momento, el señor Haden... de nuevo decepción, 3 saxos, 2 trometas, 1 trombon, 1 trompa, 1 tuba, bateria, bajo, contrabajo y piano, cada uno entrando cuando le apetecía, me pareció aburrido, descoordinado....
Lo que iba a ser el gran momento de la noche se quedó en nada, 30 euros mal aprovechados...
continuará...
(Prometo comentar mas a menudo....)
Siempre es un placer leer tus comentarios. Con respecto a "jazz malo", no me gusta el adjetivo malo. Creo que no tengo la suficiente autoridad para calificar así esta música. Sobre todo cuando, como decía el en Post de Truffaz, por separado, eran músicos estupendos.
Pero aún así, la intención de JazzMan es buena. Está llegando ahora al jazz, vive sus primeros momentos de pasión en esa relación amorosa "ser humano-jazz" y se deja llevar por su pasión al comentar. Por supuesto, como tú, Erradizo, no estoy de acuerdo. Jerry es increíble y merece mi más entusiasmada ovación.
Encantada de que hayas regresado
Jerry me ha hecho vivir momentos únicos, de éxtasis, minutos en los que casi deseas que deje de tocar porque no puedes soportar por mas tiempo esa energía de transmite (no se si me explico), quizás soy poco objetivo porque me ha gustado siempre, pero simplemente me apasiona.
En fin, cambiando de tema, dejadme que os haga dos recomendaciones, la primera es una radio online: "Ancient City Radio", dirigida por Fernando Bernall, un tipo que sabe mucho de jazz, os pongo el enlace (no hace falta registro ni nada, solo el winamp)
http://www.ancientcityradio.com/
y la segunda un concierto la semana que viene en la sala BoguiJazz, la "Mariano Díaz Barbecue Band", no os dejéis engañar por el nombre del grupo, detrás están Perico Sambeat al saxo, Marc Miralta a la bateria, Mario Rossy al contabajo y Mariano al piano. Es de lo mejorcito del jazz español, vi un concierto de este grupo hace tiempo (de aquella estaba Javier Colina en vez de Mario Rossy) y fue, simplemente, brillante.
Un saludo
Para los que no sepan dónde está Boguijazz: c/Barquillo (metro Chueca)
El viernes, además, toca el hermano de Nat King Cole. Son 15 euros, pero puede valer la pena.
Gracias Erradizo
Un abrazo y gracias