De tesoros y hallazgos
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Todos tenemos un pirata viviendo dentro de nosotros. Como en los grandes cuentos de nuestra infancia, todos hemos sido alguna vez un aventurero en busca del tesoro, normalmente, con un mapa en la mano. Cuando al tesoro lo llamamos cultura, independientemente de que vaya disfrazada de libro, de película, de disco o de multitud de formas más, el mapa nos lo ha dibujado un amigo, un profesor, un individuo al que respetamos intelectualmente... Así, seguimos las indicaciones, vamos a la tienda de turno y nos hacemos con ese pequeño cofre de monedas de oro.
Pero hay otro tipo de descubrimientos. Los que hacemos por casualidad, los que encontramos cuando, en realidad, buscábamos otra cosa o, directamente, nada en concreto. Es decir, estos tesoros nos encuentran a nosotros, y no al contrario. Y esos tesoros, amigos míos, son los que de verdad te producen una sensación entre el éxtasis y la sobredosis de adrenalina. A lo mejor sólo me pasa a mí, pero cuando he encontrado algo así, he tenido que apretar la mandíbula muy fuerte para no gritar consignas entre la locura y la alegría infantil.
Mis recuerdos están llenos de estas anécdotas. Una vez, en una superficie comercial (donde cultura es sólo una mercancía silenciosa y no demasiado rentable) encontré unos cuantos cds de Verve Records, colocados en la sección de Músicas del Mundo, compartiendo estante con Los Panchos y Paquita la del Barrio, a un precio que rozaba lo ridículo. No sé si el más caro de ellos costaba 4,50 €. Así que rebusqué para llevármelos todos, disimulando el hallazgo, no fuera a venir alguien a robármelos o, aún peor, el encargado se diera cuenta de la barbaridad cometida y me cuadriplicara el precio. Una vez fuera de la tienda, con mi nuevo patrimonio, me permití el lujo de sonreír de forma descarada, sintiéndome una pequeña gran heroína por haber estafado al gigante. Sin embargo, no creo que nadie fuera capaz de interpretar aquel desafío que era mi sonrisa.
Todos hemos encontrado alguna vez un libro excelente compartiendo la fila de "A 100 pesetas" en un puesto polvoriento del Rastro. Todos nos hemos comprado una película maravillosa aprovechando una oferta que aún no nos explicamos. Y todos hemos conocido a un autor por pura chiripa, porque de pronto algo nos ha llamado la atención y, al llegar a casa y descubrirle más íntimamente, hemos reprimido ese grito de felicidad en estado puro.
La última vez que me pasó algo así fue en agosto. Yo estaba con mi mejor amigo (diría más, mi hermano, mi cómplice, mi artista,...) en una librería de Valladolid. Él andaba rebuscando en la estantería dedicada a la Tragedia Griega, releyendo contraportadas de filósofos existencialistas y deseando encontrar el libro que le hiciera pensar "Yo hubiera querido escribir esto". Al otro lado de la librería, frente al estante de Cine, se encontraba la que escribe, en pleno ataque de histeria por una Tesis Doctoral que me está costando la misma vida. En el mueble contiguo, se apilaban revistas y periódicos. Mis ojos, que a veces deciden por sí mismos sin hacer mucho caso a lo que quiere la dueña, se negaron a leer los títulos "Estética en el cine" o "Cómo convertir un buen guión en un guión excelente". Así que, cual madre paciente con sus niños pequeños e insoportables, decidí hacerles caso. Allí estaban, justo enfrente de mi mirada. Unos cuantos números de una revista llamada "Cuadernos de Jazz". En la portada del número de Julio/Agosto de 2005 destacaban un artículo llamado "El jazz según Jean-Paul Sartre". Una, que no está acostumbrada a encontrar productos así en suelo patrio, sonrió, como aquella vez con los cds de la Verve Records. Cogí un par de ejemplares, se los pagué al librero y salí de allí con la sensación de haber encontrado un baúl lleno de monedas de oro.
Comentarios
Sé que es una lata y que, si sois tres gatos los que me leéis y la mitad los que comentáis, ahora todavía habrá menos contertulios... Pero me agota el spam, lo entendéis ¿verdad?
Gracias por estar ahí
Sobre lo de Sartre y el jazz suena a jazz para élites, a jazz que no se acerca, ni se acercará, a gente que no se acerca porque dice Sartre, y como que da pereza, ¿no?
El problema de la música no es la música en sí, sino su empaquetamiento. Con qué papel de regalo la envolvemos. ¿no?
Pero aún así te diré que el artículo en cuestión no es pedante ni elitista. A ver si un día me lleno de valor y lo transcribo.
A ver, a ver
Lo que quería decir es que se tiende a juntar conceptos que a veces atraen, como es tu caso, y las más veces producen rechazo, con independencia de lo bueno, malo o regular que sea el contenido. El continente a veces lo machaca.
El jazz, yo creo, es la música/muerte (o la música/sexo) que nos dió a los existencialistas una razón justa para sonreír. Está tan lejos de Dios y tan cerca de lo perfecto que casi justifica los pecados que cometimos en su nombre. Y son unos cuantos. [Digo en nombre del jazz, no de Dios, porque los pecados sólo tienen sentido cuando se acompañan de Stan Getz, por poner un ejemplo]
Si los trágicos griegos hubieran escuchado jazz, Ifigenia hubiera sido una mujer fatal perfecta, y Medea hubiera sido una furcia barata que nos hubiera robado el corazón y la cartera. Creo que hay algo en el jazz (las palabras de lacasiopeaa también son jazz) que nos aleja un poco de la tragedia y nos acerca un poco al existencialismo. O al movimiento beat, que eran existencialistas sin pipa humeante ni coderas
Besitos
efectivamente era la Sandoval. Es uno de mis lugares preferidos de Valladolid. Como voy en agosto, y el Herminios tiene la manía de irse de vacaciones, escucho el jazz que se escapa de la cadena de la librería. Me escapo de las clases soporíferas y hablo con el dueño de jazz, de literatura y de lo humano y lo divino.
Es uno de esos lugares con magia, ¿no crees?
Besos