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Mostrando entradas de 2015

Mujer que llora

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Mujer que llora, Pablo Picasso La primera vez que morí no debía de tener más de seis o siete añ os. Jugaba –estoy casi segura– con algún juguete de mi hermano y, de pronto, mi niñ ez se me congel ó en un lamento, hasta casi poder hacerse trizas con el menor golpe. Un ruido venía desde el bañ o as í que, sigilosa y con cuidado, me tumb é en el suelo, muy pegadita a la línea que la puerta dejaba entre aquel refugio y mi mirada indiscreta. Distinguí la silueta de mi madre, estaba sentada sobre el bidé. Aquellos ruidos empezaron a limpiarse y pronto pude distinguir su llanto. Se tapaba la cara con las manos, imagino que para no escucharse, para no verse y para no descubrirse totalmente aterrada y desnuda al borde de un acantilado. Me levant é con cuidado del suelo. Un trozo de mi yo niña se quedó para siempre tumbada junto a la rendija de luz que dejaba pasar aquella puerta hecha de la misma madera que había servido para alimentar ataúdes y gusanos. Mi yo adulta despertó

Instrucciones para hace una tortilla de patatas

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* * *  Había planeado el crimen perfecto. Pasarían las vacaciones en un pueblo pequeño de las Alpujarras, incomunicado por carreteras infranqueables de la vida urbana. Tendrían una pequeña tienda de colmados, un bar en el que diez o doce señores mordisquearían de forma autómata un palillo de dientes y un médico de sustitución itinerante, probablemente recién licenciado, que pasaría consulta dos días en semana, quizá los martes y los jueves.   « Vivirían una segunda luna de miel y volverían a enamorarse el uno del otro » .   Y, entre grito e insulto, ella le iría envenenando poco a poco. “Para hacer una tortilla, es necesario romper algunos huevos ” , le había dicho siempre su abuela, una mujer gigante y maravillosa. “Lo primero que debemos hacer es pelar unas cuantas patatas” . A ella también le habían arrancado poco a poco su aliento, le habían ido desgajando la piel hasta dejarla con el desasosiego en carne viva. Una burla, un reproche, un desprecio, un grito, un ins

Cumpleaños

Hoy cumplo diez años de bloguera en clave de jazz. El 30 de agosto de 2005 inauguré mi blog con este post de sabor ingenuo. A los que habéis estado al otro lado de la pantalla desde el principio, a los que habéis llegado después, a los que os emocionáis con los mismos acordes, gracias. Seguiremos por aquí. Jass it up, boys!

Parmigiana di melanzane

Ingredienti: -        Dos berenjenas grandes, brillantes y turgentes -         Passata di pomodoro (o tomate triturado) -        Mozzarella di bufala -        Albahaca -        Sal -        Aceite de oliva extra virgen *** “Due melanzane grande, per favore” – le dijiste a aquel tendero de Napoli. Me reí y te volviste enfadada. “Ma che cazzo...” – me interpelaste rabiosa. Y, entonces, ya supe que podría quedarme a vivir en tu mirada. Pero solo fui capaz de articular una i. No sé cuánto tiempo pasó hasta que pude decir “grandi”. Solo sé que esta vez fuiste tú quién te reíste y, entonces, también supe que podría perderme para siempre en la comisura de tus labios. *** Se corta la berenjena en rodajas de un centímetro o centímetro y medio de grosor. Se ponen en agua y sal. *** Yo siempre añadía un chorrito de vino bianco frizzante Prosecco. La comida tiene memoria, también le melanzane. Cortaba las rodajas de berenjena y las bañaba durante u

Sopa de huesos

Mis recuerdos tienen más de olores y sabores que de imágenes. Apenas puedo recordar las arrugas en la frente de mi abuelo, pero recuerdo el olor de su cuello cuando me abrazaba fuerte y no me dejaba escapar. Tampoco recuerdo el color de los ojos de mi abuela, pero recuerdo cómo sabía su alioli untado en las rodajas que cortaba para mí de la hogaza de pan de pueblo recién horneado.  Mis abuelos fueron gente muy humilde. Mi madre se pagó los estudios fregando escaleras. Ella no lo ha olvidado, ni ha dejado que yo lo olvide. Me lo repite mucho, casi a modo de reproche. No sé si porque yo no había recogido la misma mierda que ella o porque la que yo había limpiado no estaba a su altura. O quizá porque era mayor. Quién sabe. Pero nunca aceptó que yo aguantara la ira del ogro anónimo al teléfono cuando compaginaba mi estudios en la universidad con un trabajo como teleoperadora, ni tampoco que me pagara mi primer viaje a Nueva York sirviendo copas y esquivando los escupitajos que cr

No sé tú

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Pero yo te sigo echando de menos...